jueves, 29 de mayo de 2008

EL DOLOR AJENO
por Rosario Ibarra

(publicado en El Universal el 27 de mayo de 2008)

Hace tiempo, un militar, conmovido quizá por mi pena, cuando se enteró de que habían desaparecido a mi hijo, me regaló un pequeño libro de pastas verdes, cuyas hojas hoy muestran claramente el paso de los años. El librito fue editado en 1975, año en el que mi hijo fue entregado al Ejército en el Campo Militar Número Uno por Luis de la Barreda Moreno, integrante de la fatídica Dirección Federal de Seguridad, días después de que fue detenido en Monterrey por agentes judiciales que comandaba Carlos G. Solana Macías, jefe de la corporación en Nuevo León.

El citado libro es el Código de Justicia Militar, que dice en sus primeras páginas que es la novena edición y que se hicieron 3 mil ejemplares, lo que da un número pequeño de apenas 27 mil, que aun en aquellos años serviría sólo para igual número de integrantes de las Fuerzas Armadas, a todas luces insuficiente si es que se pretendía que todos los integrantes de las mismas lo conocieran.

Escribo esto porque ayer leí en un diario nacional una extensa nota que dice que en 18 años se han contado mil 70 abusos militares: “desaparición forzada, asesinatos, violación y allanamiento, entre los cargos”. Me parecen pocos, pero es quizá porque sólo son los casos reportados ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, porque lo que es revisando la prensa, aun en estos 18 años y echando un vistazo al pasado, pueden contarse muchísimos miles más.

Hay mucho dolor en el pueblo; la impotencia ante los abusos y la injusticia repetida por años ha ido abriendo una herida en las conciencias de los pobres; la herida se ha ido convirtiendo en una llaga que arde de dolor, porque las manos crueles del poder le siguen arrojando la sal de su malignidad. Pero al poder no le importa el dolor ajeno. Las miles de muertes de niños desnutridos, las de los miles de pobres que no tienen acceso a la medicina, el hambre y la miseria de los que logran sobrevivir, nada de eso les importa a los poderosos, fatuos, perversos, engreídos, llenos de soberbia, no escuchan los lamentos del dolor ajeno; no se molestan en volver la vista siquiera hacia la pena que causan. Se yerguen orgullosos anunciando los “avances”, los “logros” de su gobierno, engañifas que ni ellos creen, pero con las que pretenden convencernos, como si fuésemos retrasados mentales. ¿Cuáles avances, cuáles logros? ¿Cómo se atreven a insultarnos de esa manera, cuando somos capaces de entender y de razonar? ¿Cómo intentan que se les crea cuando siguen cometiendo los mismos delitos que otros gobiernos repitieron hasta la saciedad? ¿De qué sirven los códigos de Justicia Militar si no se obedece lo que en ellos se estipula?

Abrí al azar el librito de pastas verdes que un buen militar me regaló en 1975 y leí las pocas palabras que transcribo: “Siempre que el cumplimiento de una orden del servicio implicare la violación de una Ley Penal, serán responsables el superior que hubiese dictado esa orden y los inferiores que la ejecutaron”. ¿Cuándo han castigado por el delito de desaparición forzada a un solo militar, superior o inferior?... ¡Nunca! Al poder no le importa el dolor ajeno.

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